martes, 11 de noviembre de 2008


EL NUEVO CALENDARIO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA


El 22 de septiembre de 1792, los revolucionarios franceses proclamaron la República. La abolición de la monarquía significaba la ruptura total con el régimen anterior. Los miembros de la Convención decidieron repudiar el viejo calendario, como habían hecho con la monarquía, la confesionalidad del estado, los privilegios del clero y los derechos feudales.

El propósito era sustituir el viejo calendario de la Iglesia establecido por el Papa Gregorio XIII (1572-1585), con semanas inspiradas en los siete días de la Creación bíblica, un domingo destinado a honrar al "Dominus" o "Señor de los cielos" y un eshaustivo santoral cristiano, por otro de carácter laico. Para ello se nombró una comisión formada por científicos y literatos como el matemático Gaspar Monge, el químico Antoine-François de Fourcroy, el pedagogo Joseph Lakanal, el abogado Charles-Gilbert Romme y los poetas Marie-Joseph Chénier y Philippe Fabre d'Eglantine.

En el nuevo calendario, como en el nuevo sistema métrico decimal, el número diez debía presidirlo todo.

La posición decimal llevó a los promotores del nuevo calendario a idear semanas de diez días. El bíblico siete era sustituido por el diez de la Revolución. Para nombrar los días se desenterraron raíces latinas y se formaron las palabras Primidi, Doudi, Tridi, Quartidi, Quintidi, Sextidi, Octidi, Nonidi, Decadi. Y en vez de semanas se habló de décadas. Cada día tenía diez horas. Cada hora, cien minutos. Y cada minuto, cien segundos.

El Decadi era festivo, pero la interrupción del trabajo no conllevaba la obligación de asistir a los actos religiosos. Ya no era necesario santificar el fin de semana según las antiguas normas judeocristianas. El Decadi se reservaba para el ocio, o para el disfrute de la naturaleza, del amor, de la amistad, de la lectura, del arte....

Los autores del proyecto se encontraron con una dificultad al querer compaginar sus semanas de diez días con la unidad cronológica natural que es el mes lunar. La imagen de la luna experimenta un ciclo completo de cambios durante aproximadamente ventiocho días; y veintiocho no es múltiplo de diez. El múltiplo de diez que más se acerca a veintiocho es treinta, por lo que todos los meses tendrían treinta días, es decir tres semanas de diez días. El año tendría 360 días, al ser ese número el múltiplo de diez más cercano al número de días del año natural (365).

El nuevo calendario empezó a contar desde el 22 de septiembre de 1792, fecha de la proclamación de la república. Ese día sería el inicio del año uno, por lo que al proclamarlo ya estaba funcionando. La propuesta fue aprobada el 5 de octubre de 1793. El año 1 se extendería desde el equinoccio de otoño de 1792 al equinoccio de otoño de 1793. De esa manera, coincidirían siempre el comienzo del año, el inicio del otoño y el aniversario de la República.

En cuanto a los nuevos nombres de los meses fue idea de Philippe Fabre d'Eglantine. Buscó en el latín clásico los conceptos que le sugerían los trabajos agrícolas y los fenómenos meteorológicos propios de cada época del año.

Así para los tres meses de otoño dio Vendémiaire (Vendimiario, pues evoca la vendimia), Brumaire (Brumario, los cielos cubiertos), Frimaire (Frimario, el frío). Para el invierno, Nivôse (Nivoso, nieves), Pluviôse (Pluvioso, las lluvias), Ventôse (Ventoso, los vientos). Para la primavera, Germinal (la germinación de las semillas), Floreal (la floración de las plantas), Prairial (el esplendor de los prados). Y para el verano, Messidor (las mieses), Thermidor (el calor) y Fructidor ( los frutos). Procuró que los tres meses de cada estación rimasen entre sí. El año comenzaba con Vendémiaire y terminaba con Fructidor. Entre el fin de éste y el comienzo del nuevo año quedaban cinco o seis días fuera de cómputo, teniendo los nacidos en estos días, entre el 16 de septiembre y el 21 de septiembre, dificultades para inscribirse, pues habían nacido fuera del calendario.

La escasa aceptación por parte del pueblo francés y la dificultad de entendimiento con el resto del mundo hizo que Napoleón Bonaparte, el 9 de septiembre de 1805, ya emperador de los franceses, obligara al senado francés a establecer que el primero de enero de 1806 se volvería al calendario tradicional. Las fiestas de Navidad y Año Nuevo se celebraron de nuevo con satisfacción general y los franceses volvieron a descansar todos los domingos.

FUENTE: Reelaborado de José Tomás Cabot: Un nuevo calendario. De Vendimiario a Fructidor.

Revista Historia y Vida. Extra 21, Barcelona-Madrid, 1981.

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